Terminó la espera de los fanáticos de Leo Maslíah
El músico uruguayo, autor de obras como Canciones desoídas y El tortelín y el canelón, vuelve a Chile con un nuevo disco bajo el brazo. Se presentará en La casa en el aire en los últimos días de Mayo.
Rodrigo Bobadilla
“Son antiguos trabajos revisitados y corregidos desde la madurez”, así se refiere Leo Maslíah a Contemporáneo 2, el álbum que presentó hace algunas semanas en Argentina y que se apresta a mostrar a sus seguidores chilenos a fin de mes. El disco, que ya ha acaparado comentarios de toda la crítica especializada, reúne veinte canciones del repertorio más conocido del cantautor latinoamericano. Pero no se trata de una simple antología: Maslíah se ha propuesto recomponer sus éxitos consagrados, renovarlos con todo lo que ha aprendido en la última década.
La discografía del compositor montevideano (que ya cuenta con cerca de cuarenta discos editados) ha sabido ganarse la admiración de numerosos fanáticos en nuestro país. En su última visita, a finales del 2007, cerca de doscientas personas se reunieron para escuchar sus canciones en La casa en el aire, lugar donde por tradición Maslíah prefiere hacer sus presentaciones en Chile. Raúl Bustos, dueño del local ubicado en Bellavista, declara que para él “es un honor que un artista de la talla de Leo nos escoja como escenario predilecto. Cuando vino en diciembre apenas pudimos meter a tanta gente en un espacio tan chico. Maslíah es un éxito seguro, sus fans vienen a escucharlo sin importarles el valor de las entradas o la incomodidad del lugar”.
A la presentación del disco se suma, además, la reciente publicación de un libro. Se trata de Nueva carta a un escritor latinoamericano y otros insultos, publicado en Marzo por Novo Editores en Buenos Aires. Para los que ya conocen el estilo lúdico y risueño de Maslíah, la nueva obra constituye un hito en su carrera como escritor y poeta. El crítico Carlos Daneri escribe, en el prólogo del poemario, que “pocos escritores han tenido el coraje de reír tanto como lo hace Leo en este volumen de poemas. La pluma de Maslíah está fundando lo que se llamará el humorismo poético de las letras de Latinoamerica”. El libro, hasta ahora inencontrable en las librerías nacionales, estará a la disposición de los seguidores del compositor en el lanzamiento de Contemporáneo 2 por un valor de $8.000 pesos.
lunes, 19 de mayo de 2008
Columna de opinión
Somos ratas
En un cuento de Inés Fernández Moreno ("Las ratas"), reconocida escritora argentina, se relata la historia de una mujer modesta que, estando en su trabajo, roba cuanto puede: ampolletas, papeles, lápices, azúcar. Un día encuentra, en su casa, a otro ladrón: un roedor que atenúa su despensa de a poco. Al principio monta escándalo, se indigna, pero al cabo de algún tiempo lo acoge, le toma aprecio, lo adopta. Se quiere, en él, a sí misma.
Ayer estuve en uno de los esplendorosos encuentros culturales de la patria. Era una entrevista, a un escritor de renombre. Fue en Vitacura y abundaban aquellos que conforman el ABC1.
Una parte de las graderías estaba cubierta con unos cojines que lucían el logotipo del banco que auspiciaba el encuentro (la entrada era gratis). Eran, los cojines, azules, grandes, cómodos. Mientras me indignaba por la presencia de esos logos, mientras me quejaba ante nadie, noté que un puñado de los asistentes salía del lugar con un cojín en la mano. No sólo el que les sirvió de asiento, sino todos los disponibles. Una señora tenía el record de cinco. Un muchacho, cuatro. El resto de la gente salía con una, dos o tres unidades. Subían a sus lujosas camionetas con rostros de alegría, con semblantes de triunfo (no por la entrevista, claro, sino por los cojines).
Somos ratas. Está en nuestra cultura. Somos ratas de arriba hacia abajo, transversalmente, sin mediar en eso los estratos económicos o sociales.
Las oficinas seguirán comprando candados para el mueble del café. Las empresas de alimentos seguirán revisando a sus empleados a la salida del trabajo. Los baños públicos seguirán teniendo una seguridad parecida a la de un banco, para que no desaparezca el papel. Abundarán las cámaras en las calles, en los supermercados, en los negocios.
Ya lo sabe: no se extrañe si algún día aparece un roedor en su casa y le vacía su despensa. Yo ya veo uno caminar al lado de mi cojín azul.
En un cuento de Inés Fernández Moreno ("Las ratas"), reconocida escritora argentina, se relata la historia de una mujer modesta que, estando en su trabajo, roba cuanto puede: ampolletas, papeles, lápices, azúcar. Un día encuentra, en su casa, a otro ladrón: un roedor que atenúa su despensa de a poco. Al principio monta escándalo, se indigna, pero al cabo de algún tiempo lo acoge, le toma aprecio, lo adopta. Se quiere, en él, a sí misma.
Ayer estuve en uno de los esplendorosos encuentros culturales de la patria. Era una entrevista, a un escritor de renombre. Fue en Vitacura y abundaban aquellos que conforman el ABC1.
Una parte de las graderías estaba cubierta con unos cojines que lucían el logotipo del banco que auspiciaba el encuentro (la entrada era gratis). Eran, los cojines, azules, grandes, cómodos. Mientras me indignaba por la presencia de esos logos, mientras me quejaba ante nadie, noté que un puñado de los asistentes salía del lugar con un cojín en la mano. No sólo el que les sirvió de asiento, sino todos los disponibles. Una señora tenía el record de cinco. Un muchacho, cuatro. El resto de la gente salía con una, dos o tres unidades. Subían a sus lujosas camionetas con rostros de alegría, con semblantes de triunfo (no por la entrevista, claro, sino por los cojines).
Somos ratas. Está en nuestra cultura. Somos ratas de arriba hacia abajo, transversalmente, sin mediar en eso los estratos económicos o sociales.
Las oficinas seguirán comprando candados para el mueble del café. Las empresas de alimentos seguirán revisando a sus empleados a la salida del trabajo. Los baños públicos seguirán teniendo una seguridad parecida a la de un banco, para que no desaparezca el papel. Abundarán las cámaras en las calles, en los supermercados, en los negocios.
Ya lo sabe: no se extrañe si algún día aparece un roedor en su casa y le vacía su despensa. Yo ya veo uno caminar al lado de mi cojín azul.
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